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Autoentrevista, 3ª parte

―Mencionó Atrapada en el tiempo. ¿Por qué no continuar con la segunda parte de Las aventuras de Sebastián?

Atrapada en el tiempo

―La verdad es que la pregunta tiene lógica, pero hay una cuestión práctica. Necesitaba poner distancia entre Sebastián y yo durante un tiempo. Fueron meses muy intensos. No esperaba producir un libro y pagué la novatada con el triple de trabajo.

Mientras tanto, recuperé un guion que tenía hecho para participar con mis alumnos en el CINEDFEST. El título original era Alba. Con esa idea comencé a tirar del hilo en torno a la protagonista. Fue más fácil porque partía de un guion con nudo y desenlace, aunque me demoré más tiempo en concluirla a pesar de que es más corta.

―Ya tenía dos novelas escritas. ¿De qué sirvió la experiencia de Las aventuras de Sebastián 1?

―Escribir es más placentero que publicar. En realidad, Las aventuras de Sebastián 1 la terminé en nueve días. Poco más de una intensa semana a razón de unas 4.000 palabras diarias. Lo difícil fue dedicar tiempo a la corrección. Con Atrapada en el tiempo decidí poner el manuscrito en manos profesionales. Encontré a Mª del Carmen Gallot (Estilográficas), y envié el documento. El resultado fue brillante.

―¿Los correctores de estilo y ortotipográficos modifican la obra original?

―En absoluto. Quien piense así está en las antípodas de la literatura. Es muy complicado redactar 4000 palabras diarias sin que se escapen errores. A veces estás borrando textos para modificar escenas y olvidas añadir o quitar algo, corregir tiempos verbales, repeticiones innecesarias… Yo soy muy despistado. Pero el corrector se acerca a la obra desde una perspectiva totalmente diferente. No va a valorar el texto, va a pulirlo y a detectar incoherencias, falta de cohesión; a revisar a fondo la ortografía, la gramática, los tiempos verbales. Al final es el mismo texto, pero con brillo.

Los correctores son imprescindibles si se quiere publicar un libro. Me di cuenta después de las horas que dediqué a corregir Las aventuras de Sebastián 1. Hoy sigo encontrando errores ―lo confesé ― . Y no pienso volver a publicar nada que no pase por un corrector.

―¿Y cuándo surgió la idea de la segunda parte?

―Creo que fue la acogida inesperada que tuvo la primera obra. Hice una impresión de 50 ejemplares que desaparecieron rápidos, luego 100 más que también se agotaron, y otros 50 de los que apenas me quedan unas docenas. Además, tengo unos 100 libros disponibles en la distribuidora de la editorial Círculo Rojo (cclibros).

―Tuvo tiempo de llegar a conclusiones después de un par de centenares de lectores.

―Exacto. Ya tenia material para hacer una estadística. Hubo una buena acogida. También he de decir que jugaba en casa, en mi propio territorio. No sé lo que pasaría si la obra trascendiera.

Mi primera intención era escribir para los niños en torno a los 11 años, pero, sin querer, la obra para niños quedó apta para todos los públicos. Y me atrevo a decir que, tal vez guste más a los lectores de mi generación: los que vivieron la Educación General Básica, la añorada E.G.B. Disfrutan mucho recordando las historias. Hay mucho lector nostálgico que se ríe y se emociona con el recuerdo.

Continuará…

Autoentrevista, 2ª parte

―Recopilemos. Gracias o por culpa de un virus, dice usted, el tiempo quedó a su disposición para emplearlo en escribir. Surgió la idea de narrar una historia inspirada en la infancia. ¿San Juan de la Rambla?

En mi trabajo

―San Juan de la Rambla es un maravilloso pueblo que representa y simboliza muy bien la idiosincrasia de cualquier lugar similar. Ahí crecí y conviví con mis amigos y vecinos durante décadas.

―¿Qué papel juega la villa?¿El pueblo es protagonista como ocurre en la serie Hierro de Movistar?

―Efectivamente. El pueblo no es solo un escenario donde se mueven los personajes. Los vecinos se presentan como un colectivo que reacciona en conjunto. El mar está vivo, igual que la montaña o el mismo cementerio. La participación no es individual, salvo la de algunos adultos como los maestros o madre y padres de los niños, sino en forma de enjambre.

―¿Qué escritores te han inspirado?

―¡Ahora que caigo, no me lo había planteado hasta este momento! ―no quería preguntarme eso, pero he de asumir que alguien lo podría hacer por mi. Entonces me explico―: he escrito sin consultar fuentes, sinceramente. Esta obra fue muy espontánea. Dejé que fluyera la historia, sin planes concebidos y permití a los personajes que me llevaran por el derrotero que les placiera. Pero he de decir que en cuanto a literatura juvenil se refiere, Michael Ende fue un autor que me gustó mucho en mi juventud. ―Luego de reflexionar un poco añadí―: Ferenc Molnar y su historia de Los muchachos de la calle Pal, tuvo parte de culpa también y por esa razón está incluido explícitamente en la primera parte. Corazón, de Edmundo de Amicis, La guerra de los botones, de Louis Pergaud, o La escuela de don Cato, de Tomás Salvador, son obras que giran en torno a grupos de niños y aventuras. Fueron lecturas inspiradoras en su momento. Tienen su peso en la concepción de esta historia y es un homenaje a sus autores.

―¿Por qué ha escrito una segunda parte?

―Creo que se me quedaron algunos aspectos en el tintero. La idea de 9 capítulos más 1 epílogo sumaba, en total, 10 partes. Es la edad que tenían mis hijos en el momento de concebir esta obra. No quería extenderme para cuadrar la operación matemática: 10 años, 10 partes.

―¿Qué se quedó en el tintero?

―San Juan de la Rambla tiene una tradición musical relevante. En la primera parte hago referencia a ella y quería ahondar en el momento que los muchachos de la calle Malaya comienzan a estudiar música con el objetivo de formar parte de la banda.

Por otra parte ―añadí―, la religión siempre ha tenido un papel importante en el desarrollo de un pueblo. Las fiestas giran en torno a ella. No podía dejar de reflejar este hecho.

―Hay retazos históricos en la obra, ¿verdad?

―En realidad hay historia ficticia en Las aventuras de Sebastián. Usé el mundo aborigen canario como un pretexto didáctico más que literario. En la segunda parte, también hago referencia a hechos históricos explicando cómo pudiera haber sido la llegada de colonos portugueses y la evolución en una familia que desemboca en uno de los personajes más carismáticos de la obra, Carmelo, alias, Caramelo.

―¿Un pretexto didáctico? ¿Tiene alguna finalidad pedagógica?

―No me veo haciendo algo sin una finalidad pedagógica. Puedo decir que es un defecto profesional. Llevo décadas dedicado a la docencia y eso pesa mucho. Las Aventuras de Sebastián o Atrapada en el tiempo tienen potencial para ser trabajadas, incluso, diría yo, desde distintas materias: Matemáticas, Historia, Biología, Lengua Castellana, Inglés, Valores…

Continuará…

Autoentrevista, 1ª parte

¡Heme aquí! Yo conmigo mismo, clavando los dedos en las teclas del ordenador sobremesa con el objetivo de auto entrevistarme. Suena vanidoso, ¿verdad?, pero tiene su explicación: el día 23 de abril tendré, ¡por fin!, la ocasión de compartir la experiencia narrativa con los lectores.

Mi abuela hubiera dicho «¡si Dios quiere!». Ahora tendríamos que añadir «¡o si el COVID nos deja!».

Aquí estoy, organizando las ideas. Entre clic y clic, me detengo para cruzar los dedos cuando pienso en la palabra «fase» y en números que van del 1 al 4. Después de implorar al techo, sigo tecleando con renovado entusiasmo.

Me resulta más complicado pensar las preguntas. Sería más fácil si alguien me hiciera hablar. ¡Ay! ¡Entonces sí que no me iba a callar! Pero de momento estoy conmigo mismo y he llegado a la siguiente conclusión como punto de partida: «soy un escritor novel», pienso, por no decir un «novato». Continuo: «con escasa experiencia en la edición, con errores y aciertos desequilibrados»:

―¿Qué le llevó a empezar a escribir? ―comienzo.

―Buena pregunta ―me digo con fingida sorpresa (¡como si no lo supiera!)―. Esa respuesta me la sé. ―respondo―: siempre ha existido eso que llaman un «gusanito». Creo que lo he dejado crecer mucho durante demasiado tiempo. Me ponía excusas del estilo «no sé qué escribir… Mañana… Mejor cuando me jubile». Pero el 14 de marzo de 2020 (en mi caso) me encerraron en casa de manera «indefinida».

El entrevistador me mira. Creo que le ha parecido un típico tópico. No le hago caso. Cogí el atajo. ¿Qué le digo? ¿Anhelo?, ¿deseo?, ¿inspiración?. ¡Si da igual! Me quedo con el gusanillo y lo dejo como está. ¡Hala!

―Deduzco que el confinamiento fue una especie de empujón. ¿Lo esperaba? ¿Es así?

―No es mala deducción ―vuelvo al hilo de la autoentrevista―. No lo esperaba, como tampoco lo esperaba nadie en el mundo, supongo. La vida se detuvo en muchos aspectos. De repente dejé de hacer cientos de kilómetros. Las aficiones quedaron suspendidas, las actividades extraescolares también… Todo el tiempo invertido en este ir y venir quedó a mi disposición.

―¿Mucho tiempo?

―Caí en la cuenta de que empleaba muchas horas al día. No horas fútiles, pero sí demasiadas en esa parte de la vida que podemos definir como «la logística».

―Dice la Real Academia de la Lengua que es el «conjunto de medios y métodos necesarios para llevar a cabo la organización de una empresa o de un servicio, especialmente de distribución». (No les miento, lectores, lo copié y pegué del diccionario. ¡Mea culpa!)

―Exacto. Invertimos buena parte de nuestra vida en organizar la otra parte. Quien come tiene que cocinar, quien cocina, tiene que abastecerse de ingredientes y de la energía (gas, en mi caso). Luego hay que recoger la mesa, fregar los platos, lavar el delantal, secarlo. ¿Y a quién no se le rompe un vaso? Habrá que reponerlo, ¿no?

―Ahora que lo pienso, tiene usted razón. Entonces, reducido el tiempo de «la logística», como dice, lo reinvirtió en escribir ―casi me doy por respondido en esta afirmación. Amplié la respuesta:

―Llegó un día en el que me senté a redactar una historia inspirada en mi infancia. Me centré en un grupo de amigos de la misma generación y esbocé la idea de relatar a mis hijos qué hubiera pasado si nos hubiéramos metido en tantos líos.

―Comenzó a fraguarse Las aventuras de Sebastián. ¿Verdad?

―Sí. Me sentaba cada noche frente al ordenador portátil. Mi hija se colocaba a mi lado. Ella observaba la pantalla curiosa. Las escenas se iban creando ante su atenta mirada. Tracé un plan para generarle intriga y la necesidad de seguir leyendo.

―Fue la lectora cero ―presumo.

―Mejor ―me corrijo―, fue la testigo cero. Pero además hizo un gran papel como correctora. A veces me equivocaba de personaje y ella lo subsanaba: «No es Mono, papá. Es Carmelo, el que antes mencionaste».

―Entonces, también fue la correctora cero.

―Me ayudó mucho. Pensé que, si lograba que ella se hiciera una imagen de las escenas, lograría transmitirlas a otros lectores. Ella no asistió al final de la obra. La dejé con la intriga. Hice un esfuerzo por acabarla a sus espaldas y dejar que leyera el resultado.

―¿Cómo lo valoró?

―Se sorprendió. Fue muy emotiva. No le gustó el giro que dieron algunos personajes y situaciones y tuve que prometerle que todo saldría bien.

―Sé que no se puede hablar del final porque se pierde la intriga, pero, ¿es triste?

―No quiero hablar del final, pero puedo afirmar que es muy equilibrado. Con la literatura tienes que tocar las emociones, sin duda. Si no lo logras, estás perdido.

Continuará…

Las escenas

Una película o una obra de teatro tiene múltiples escenas, unas veces narrativas, otras son diálogos, o reflexiones o descripciones. La suma de las escenas alimenta el argumento.

Cuando construimos una escena tenemos que tener en cuenta cómo trazar el argumento de nuestro relato: ¿Qué relación tiene con lo anterior y con la siguiente escena?

Vamos a suponer que deseamos describir un personaje desmotivado porque no quiere ir al colegio. Tiene un examen difícil que no ha estudiado, un abusón se comerá el bocadillo en la hora del recreo…  El OBJETIVO de la siguiente escena, que propongo como ejemplo, es describir esa desmotivación:

Alberto abrió los ojos y los volvió a cerrar de inmediato. Los párpados le pesaban más de lo habitual cuando se trataba de ir al cole. Le bastó un segundo para darse cuenta de que era la hora de salir de la cama, pero no quiso asumir el reto de enfrentar el nuevo día.

Arrebujado entre la cálida sábana de franela y el edredón grueso volvió a acomodarse en el mullido colchón donde se sentía protegido, como si aquellas mezclas de telas sintéticas y algodón fueran sólidas almenas de un imponente castillo, circundado por un profundo pozo, a su vez inundado con aguas fétidas, repleto de voraces cocodrilos y provisto de un consistente puente levadizo con trampas cruentas. Quería terminar el sueño donde los enemigos que lo sitiaban caían directos a los afilados dientes de los hambrientos reptiles, o morían ahogados en las infestadas aguas, cuando osaban asaltarlo.

Sitiado, pero feliz dentro de la seguridad de su refugio, no intentó desperezarse, y se entregó a la historia: desde las inalcanzables almenas, disparaba con puntería las flechas que procedían de un inagotable carcaj.

El diálogo narrativo

Los diálogos aportan credibilidad al relato.

Un buen diálogo añade realidad a la historia. ¿Cuántas veces hemos reproducido las palabras de una conversación en forma de diálogo? El narrador tiene la posibilidad de dejar que los propios personajes se expresen, informen y describan la acción. A través de sus palabras el personaje puede desvelar su forma de pensar o sus emociones. Sobre todo, ES LA FORMA NARRATIVA MÁS CERCANA AL LECTOR.

Desde el punto de vista formal, es decir, a la hora de escribir un diálogo, recomiendo la lectura del uso de la raya (y no del guion) que explica la Real Academia de la Lengua Española.

En los textos narrativos, la conversación de un personaje se introduce con una raya:

Espero que todo salga bien —dijo Azucena con gesto ilusionado.

En este caso, cerramos la raya porque a continuación el narrador hace una acotación (da una explicación), estas acotaciones se llaman «incisos». Si queremos que el personaje siga hablando después del inciso añadimos el signo de puntuación que mejor convenga (en este caso punto, coma y dos puntos):

—Lo principal es sentirse viva —explicó Pilar—. Afortunada o desafortunada, pero viva.

Lo principal es sentirse viva —añadió Pilar—, bien viva.

Anoche estuve en una fiesta —me confesó, y añadió: Conocí a personas muy interesantes.

Si necesitamos que el narrador ahonde en las explicaciones, comenzamos con una raya el inciso que hace el narrador:

No se moleste. —Cerró la puerta y salió de mala gana.

Aclarados los formalismos, podría decirse que no es la única fórmula para hacer hablar al personaje. Existen otras clases de diálogos que transgreden estas normas, como el discurso indirecto, el discurso libre; pero para empezar es suficiente conocer la base.

Pasemos a explicar qué condiciones han de reunir los diálogos para enriquecer el texto narrativo:

Naturalidad y precisión: Los personajes son seres vivos que se comunican entre ellos de manera natural. No hay que forzarlos. Las palabras de los personajes deben de ser las necesarias. Ejemplo de un diálogo entre un visitante y un personaje oriundo que lo acompaña:

―Yo soy de aquí mismo. Vivo allá por el Valleseco, que le decimos ―le desveló―. ¿Y a dónde va? ―preguntó con la curiosidad del nativo ávido de noticias del mundo al otro lado del océano.

―Quiero ir al norte de la isla. ¿Has estado?

―No, don Pedro. Eso es muy lejos. Yo me muevo por aquí cerca. A la mar pa pescar y al monte a por leña pa la cocina. Poco más.

Intencionalidad: Cuando se usa un diálogo en medio del relato hay un propósito. No se hace para rellenar huecos. Refleja la personalidad del personaje, está ligado al contexto de la trama, se abren vías, dudas, emociones… Ejemplo que deja ver la tristeza:

―De aquí se van todos los que ahorran 20 duros. Se echan al mar en cuanto pueden. Algunos regresan y se pasean ufanos ―dijo y apartó la mirada―. Otros no vuelven…

―¿Un esposo?

―Uno que lo pretendía ―respondió con la cabeza vuelta a la calle.

―Marchó y no ha vuelto, supongo.

―Algo así…

―Discúlpeme. No quiero ahondar en la herida.

―Ya no me duele. No se preocupe ―dijo y siguió el ajetreo de la calle con la mirada.

Fluidez: Los diálogos entre personajes deben de ser fluidos, tener un ritmo propio y esa fluidez ha de estar relacionada a la situación que se describe. Ejemplo de un interrogatorio:

―¿No insinuará…?―preguntó con los ojos abiertos.

―Lo afirmo.

―Yo no estaba.

―Hay testigos, hay pruebas ―insistió el policía.

Coherencia: Los diálogos han de coincidir con el registro de cada personaje y reflejar sus emociones en cada momento que interviene.

Verosimilitud: Hay que intentar que el diálogo sea creíble.

En la ficción no hay lugar para frases que no sean significativas; aun la conversación más intrascendente debe mostrar algo de los personajes implicados.

La creación del espacio

espacio en la narración
Descripción del espacio en la narración

El espacio donde se mueven los personajes debe tener un propósito. Es un recurso que debemos conectar con todos los demás en el desarrollo de nuestra historia.

El curso de novela organizado por escritores.org me está siendo muy productivo en ese aspecto. La perspectiva del lector y del escritor son diferentes, eso lo tenía claro, pero al cruzar al otro lado no disponía de los ojos para llegar a esa conclusión. Las explicaciones me los han abierto de par en par.

Al principio de mis escritos actué un poco por instinto, pero inconsciente de la necesidad de aplicarse con el espacio, tanto como con el resto de elementos que se mezclan y caen por el único hueco del embudo. El resultado es todo lo que el lector ha de sentir y experimentar frente a la historia que tiene entre sus manos.

En el proceso de construcción del relato he hablado de la idea y el personaje. Ahora quiero compartir algo sobre el lugar donde se ubican y se mueven los personajes.

Nuestros personajes están rodeados por determinados escenarios cuya descripción ha de contribuir a nuestra necesidad de trasmitir un sentimiento o un conflicto. Un ejemplo muy sencillo puede ser el siguiente:

Laura salió a la calle (abarrotada/vacía). (Apenas) unos (pocos) viandantes andaban (alegres/taciturnos).

Si el objetivo del narrador es celebrar la alegría del personaje que acaba de recibir una buena noticia, o por el contrario, contar lo disgustada que estaba por un fracaso, el escenario descrito tomará uno u otro giro.

Los lugares en los que se sitúan los hechos desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la novela que, para numerosos escritores, toma cuerpo cuando instalan los hechos en un lugar que les mueve los sentimientos.

Creación del personaje 2

Atrapada en el tiempo
Cubierta de Atrapada en el tiempo

En la última publicación del 1 de febrero abordé algunas cuestiones acerca de la creación del personaje y qué consecuencias tiene su buena hechura. De ello puede depender que  trascienda a su propio creador incluso.

Para mi segunda novela corta, Atrapada en el tiempo, di a luz a Alba, una adolescente que de manera involuntaria y arbitraria despierta el mismo día, un lunes a principios del curso escolar.

Quería empujarla a una transformación de su visión del mundo para que apreciara el lado positivo de la vida que le esperaba.

Al inicio de la historia, Alba elige actitudes moralmente reprobables por acciones impulsivas. Por otra parte, la personalidad introvertida de la joven hace que se sienta inferior e incapaz de expresar sus sentimientos amorosos. Por si fuera poco, le añadí algunos obstáculos en su vida familiar. Con este cóctel pretendía que el personaje sintiera una presión que la empujara a realizar cambios para comprender cómo podía modificar «los detalles» de su vida. Pequeñas transformaciones, que, sumadas, la llevarían a otra percepción de su propia realidad.

El tiempo la encerró en una espiral rutinaria por la que la protagonista debía moverse para evolucionar. La elección consciente de una u otra acción tienen repercusiones en su historia y además, debe abordar consecuencias inesperadas que la obligan a hacer nuevas elecciones, lo que a la vez la conducen a nuevas consecuencias.

En definitiva, nuestros personajes tienen que tener tintes de realismo, acciones y consecuencias, toma de decisiones y nuevas consecuencias, conflictos y una resolución final.

Creación del personaje 1

LA CREACIÓN DEL PERSONAJE ES EL PUNTO DE PARTIDA DEL RELATO

CREACIÓN DEL PERSONAJE
Personaje creado por Arthur Conan Doyle

Una de las esencias de cualquier relato es el personaje o personajes. No deja de ser curioso que muchos lectores hayan olvidado al creador del protagonista de alguna historia, e incluso habrán convertido el personaje ficticio en persona real. Breve ejemplo, ¿Sherlock Holmes fue concebido por…?

Si yo fuera Arthur Conan Doyle y nadie se acordara de que yo creé al detective Holmes, estaría orgulloso de la trascendencia de mi personaje, de cómo me ha superado (al menos yo querría eso).

Estoy de acuerdo con Isabel Cañelles (La construcción del personaje literario) cuando dice que «Don Quijote está más vivo que Cervantes» o que «Hamlet nos atormenta mejor que Shakespeare, hijo del sombrerero de Stratford.» Para Cañelles, los lectores se sentirán «cautivados por su irrealidad».

Patrick Süskind logró que oliera los perfumes leyendo su libro (¡y eso que sufro de una rinitis crónica que a veces me deja sin olfato!). Ahí estriba el éxito del personaje. Si se logra que el lector perciba por los sentidos del protagonista, que comparta o discrepe de sus opiniones, que tema por su vida o integridad, es que hay un gran creador detrás. Eso es lo admirable de los grandes escritores.

Los griegos usaban una máscara para distanciar al actor del personaje. Intento algo parecido cuando concibo al protagonista y los demás personajes que lo acompañarán a lo largo del recorrido de la obra. Dejo que tengan una voz propia y trato de no interferir en su evolución. Me obligo a dejarlos avanzar solos sin pensar en el qué dirá la gente. Creo que es importante desvincularte de las personas que intervienen en la obra. Piénsese que es un bebé recién nacido, pero que al paso de los años desarrollará su carácter propio, tendrá un lenguaje particular, gestos, tics… Puede ser que le guste soltar improperios o hablar a gritos, aspectos contrarios a tu propia personalidad. Por eso es importante dejarlo que grite o que diga palabrotas. Si pensamos que nuestra mamá va a leer el texto y nos va a tachar por «maleducados» estaremos cometiendo un error: nos estaríamos autocensurando y el personaje puede perder naturalidad y realismo.

Crear el personaje de un relato es una tarea compleja. Desde mi modesta perspectiva, creo que el escritor tiene que jugar a ser Dios porque moldea, a partir del barro, una estructura que tendrá aspecto físico, moral y perfil psicológico. Una persona con fortalezas y vulnerabilidades; alguien que, en ocasiones, puede perder el control o incluso arrebatárselo a su creador.

De ahí que lo compare al hecho de dar a luz un bebé y ser testigos del crecimiento: observamos cómo madura, nos reímos con los primeros balbuceos, corremos cuando llora, lo compartimos con amigos y familia (el público), sentimos inquietud cuando sufre y llora, lloramos de alegría al ver sus éxitos.

El personaje es un ser independiente que tendrá éxito cuando trascienda al creador.

Cuando leas una novela o un relato céntrate en el personaje, observa cómo ha sido concebido, cómo se explican sus rasgos físicos o psicológicos, qué lenguaje utiliza, cómo piensa, cuáles son sus habilidades, sus fortalezas y flaquezas, qué dicen los demás de él…

La idea: ¿de dónde obtengo un argumento?

Esperando el vuelo

Hace unos días comenté en la publicación ¿cómo concebir una novela? la importancia de tener una idea (un argumento o trama) para iniciar nuestro relato.

Siempre les digo a mis alumnos que planteen las ideas antes de abordar la redacción de un texto, cualquiera que sea. Esbozar en pocas líneas nuestro propósito y añadir algunas frases orientativas.

Hay un universo de historias infinitas sobre las que escribir. No todo está dicho y si se ha dicho, cada individuo puede aportar un punto de vista distinto o mirar el objeto desde otra óptica.

Para empezar, cada persona tiene su propia historia, y aunque parezca igual, no lo es. La forma de interpretar la realidad, la percepción de lo cotidiano varía de individuo a individuo. Todos llevamos un narrador dentro y nos encanta compartir nuestras historias cotidianas, o sentarnos en una cafetería con viejos amigos para evocar la juventud o la infancia y ser felices también con ello.

Algunos autores no revelan cómo eligen sus historias. Otros dicen que son las historias quienes los eligen a ellos. Puede ser que encuentres una noticia en un periódico y te inspires. Puede ser que un sobre de azúcar contenga una sugerente frase con la que iniciar un relato. La historia personal, la de la familia, la del colegio o la de un viaje…

Elige un conflicto o invéntalo en torno a uno o varios personajes. Preséntalo, enrédalo en un problema y busca una solución.

Los fotógrafos se valen de sus máquinas para captar momentos de la vida y transformarlas en mensajes. El que desee escribir seguro que observa la realidad como hace un pintor o un fotógrafo, pero en lugar de colores o imágenes, compondrá el cuadro con palabras.

Un ejemplo: ¿hay algo en particular en una pasajera que aguarda la señal para embarcar en el avión que la llevará a su destino? Tal vez no. Pero tal vez sí. La disposición en el asiento, los movimientos que haga, levantarse o sentarse, estirar las piernas, rebuscar en el bolso, llamar por teléfono, perder la vista en el techo de la sala… Para alguien que le guste escribir, ahí puede haber una historia. Tenemos el personaje, ¿Cuál será la trama? ¿Cuál será el nudo? ¿Cuál el desenlace?

Si consigues responder a estas preguntas, tendrás el argumento de tu historia.

¿Cómo concebir una novela?

Pertenezco al grupo de personas que escribe de manera espontánea, sin mucha planificación. Tal vez porque mis primeros lectores han sido siempre mis hijos y a ellos les dedico el esfuerzo sin pensar quién más leerá mis textos luego. De momento esa es la motivación principal. A veces ellos mismos me «encargan» la historia que les gustaría leer: una de héroes de pacotilla, una de fantasía, una de ficción.

Así me dejo llevar y parto de una idea, por supuesto, pero dejo que los personajes, los lugares y la trama vayan construyéndose, como si tratara de rellenar La Nada de Michael Ende, aquella que engullía la fantasía.

Para mí, escribir es un proceso catártico que me abre una puerta a otra habitación de casa y me lleva a recuperar objetos extraviados en la memoria o doy rienda suelta a pensar qué sucedería si… Suelo cerrarla a mis espaldas y dejarme arrastrar por el personaje o los personajes. Disfruto del proceso de maduración de ellos, de cómo van evolucionando de manera imprevisible a lo largo de las páginas.

Concebir una estructura previa me resulta muy complicado. Creo que no conseguiría llegar a ninguna parte. No tengo la paciencia de programar y prefiero improvisar. Luego, voy rellenando los huecos y empujando las cosas hacia una parte u otra cuando encuentro la respuesta que estaba buscando.

Pero no es la única fórmula. También puedes ser una persona minuciosa, que no te gusta dejar nada al azar. Es posible concebir la obra capítulo a capítulo, paso a paso. Determinar los nudos y desenlaces. Preconcebir la estructura, tener lista la información…

O moverse en medio de las dos líneas. Lo importante es la IDEA.