¿Una imagen vale más que mil palabras?

El adagio “una imagen vale más que mil palabras” lo uso con frecuencia en mis clases.

Hace pocos días, sin embargo, algo en mi interior cuestionó la frase. Tuve que recrear una escena que requería intensidad, veracidad, realismo y emociones. Redactar y pensar en las reacciones del lector fue una experiencia maravillosa que me llevó a reconsiderar si realmente la imagen vale más que las palabras.

Lograr que un lector suba y baje con palabras, como en un carrusel de feria, supone más esfuerzo que si la misma escena se captara a través del objetivo de una cámara (una foto un video corto).

Pero, me dio la impresión de que la imagen de la cámara no lograría el mismo efecto que las palabras. Pensé que el espectador habría pasado de puntillas por ella. Habría dedicado unos pocos segundos sin necesidad de profundizar mucho en la esencia, en el mensaje del autor.

La tecnología desborda las redes de imágenes de ese tipo: efímeras y fáciles. No tengo datos, pero seguramente los proveedores de Internet tendrán que tener sus servidores “petados” de vídeos e imágenes.

Los adolescentes, por ejemplo, se autorretratan el día entero. Sí. Eso que ahora se llama “selfie”.

Selfies desde que se levantan hasta que se acuestan. Un clic y tenemos la escena. No hay que pensar mucho, ¿verdad?

Por el contrario, las palabras son poderosas herramientas de comunicación. Mucho más profundas. Requieren más esfuerzo por nuestra parte para codificar y decodificar el mensaje.

Me di cuenta que son mucho más enriquecedoras. Hacer trabajar nuestro cerebro para fabricar la escena con lo que evoca un texto nos acerca más al emisor del mensaje. Es más personal, más íntimo. Se digiere más despacio…

Espero que no estemos perdiendo la capacidad de comunicarnos con reposo y sosiego porque desaprovecharíamos algo de nuestra creatividad. De nuestro lado humano.

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