La novela

Cuando me decidí a escribir Las Aventuras de Sebastián, encontré la motivación en mis hijos. Acababan de cumplir los diez añitos y estábamos todos confinados en casa gracias o por culpa de un virus.

Todas las noches, les robaba un poco de tiempo, especialmente a mi hija, que se recostaba a mi lado y miraba curiosa sobre mi hombro cómo las teclas iban componiendo las palabras, los párrafos y los capítulos.

Me sirvió de gran ayuda. Todo un estímulo que me empujaba a desvelarle el paso siguiente de los personajes y la solución de los conflictos.

De esta manera, Sebastián fue progresando y creando un indiscutible vínculo de amistad con su grupo de amigos de la calle Malaya.

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